Hace unos días fui a ver El Padrino ¡al cine! Como cumplió cuarenta añines la han regresado a la pantalla grande.
Probablemente es una de las películas que más he visto en mi vida (junto con el Robin Hood de Disney). La he visto en Beta, en VHS, en DVD, en la tele, doblada y con anuncios, en varias partes, en maratón con las otras dos. Pero en el cine, obviamente nunca, y valió la pena.
Me gusta mucho que, aún sabiendo cómo va la historia y lo que va a pasar, la veo como si fuera la primera vez y deseo con ansia que maten a Carlo, sufro cuando muere Sonny y me impresiono ante el cambio de Michael. La escena del caballo la esperé con ansía y la disfruté cuadro a cuadro.
No se si es la pantalla del cine o que estaba más atenta, pero me fijé en detalles como en las sábanas amarillas de la cama de Woltz. La escena del hospital, cardiaca. Los pasillos tristes, vacíos, oscuros, y el sonido de las pisadas. ¡Qué tensión! ¡Qué alivio que sólo era Enzo el panadero!
Fue una gran experiencia, una experiencia de cine que no siempre ocurre cuando uno va al cine, y es que a veces uno va por otras razones, para pasar el rato con los amigos, para ver a los guapos actores, por curiosidad. Pero qué padre es cuando uno va con emoción de cine, con emoción de que cuando se apague la luz y empiece la película, nos vamos a ver envueltos en una historia emocionante que nos va a provocar muchos wows y whoas y ouches y uffs y fius y clap claps.
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