domingo, 25 de febrero de 2018

Tres anuncios por un crimen

Falta una semana para los premios del cine más famosos. Durante estas semanas los críticos y los entusiastas han hecho y deshecho a los nominados. Películas han sido elevadas a obras maestras, actores han sido ninguneados y carreras enteras despreciadas. Es la época para repelar a gusto sobre lo mal que eligen a lo mejor del cine, o sobre lo correcto o incorrecto que se comportan, que si sólo hay blancos, que si puros hombres, y bla bla bla.

Me faltan dos por ver, pero este año estoy bastante a gusto con las nominadas. Me han gustado todas las que he visto.

Esta de Three billboards outside Ebbing,  Missouri, es mi favorita hasta ahora.

Mildred (Frances McDormand, brillante como siempre) tiene la fantástica idea de rentar unos espectaculares abandonados afuera del pueblo para denunciar la falta de resultados concerniente al asesinato de su hija. En el mensaje responsabiliza al jefe de la policía, Willoughby (Woody Harrelson en un pequeño pero emotivo papel). Todo esto desata mil y una emociones en el pueblo; los que están a favor del letrero porque últimamente la policía ha dado de qué hablar con la reciente y no aclarada tortura de un joven negro a manos de Dixon (Sam Rockwell), un policía completamente imbécil y con un par de neuronas que hace cuestionar los niveles de exigencia de la academia; y los que están del lado de Willoughby porque a fin de cuentas es un pueblo pequeñito, todos se conocen y saben que el jefe tiene cáncer avanzado.

Para Mildred es una manera de enfrentar su dolor, lo difícil de la relación con su adolescente hija, lo difícil de la relación con su ex. Willoughby no es un mal tipo, ha hecho su trabajo, pero no hay pistas y entiende la situación de la mujer. Dixon, obvio no, y presiona a todos los involucrados para que cancelen los anuncios.

Nada en estos personajes, nada en este pueblo y en esta película, es blanco y negro. Los personajes no son sólo víctimas, o gandallas, buenos o malos. La hija de Mildred no era un pan, pero eso no quita que no fuese querida. Mildred sufre, pero eso no quita que sea una cabrona; su ex es un maltratador que anda con una chava de 19 años, y eso no quita que no se de cuenta que es un pendejo y que Mildred así lo cree también. Hasta Dixon se redime al final. Él es un personaje violento, racista, tonto, sin futuro, y Rockwell logra darle un giro y cerrar con un redondo final.

Esta manera de tratar a los personajes es de lo que más me gustó de la película. Me gustó mucho la relación entre Willoughby y Mildred y aunque muere pronto es una fuerza que pesa en todos los personajes. 
Ah, pero es Frances McDormand la dueña y señora de esta historia. Con esa mirada fija y fría, con ese enojo y ese dolor, esa energía que la mueve y pácatelas, un logradísimo monólogo en respuesta al padre que la va a visitar, y pácatelas de nuevo y el dentista acaba con un agujero en el dedo. 
Pero, con humor y todo, esta no es una feel good movie, es más bien una peli realista, una peli furiosa llena de impotencia ante la injusticia, las muertes prematuras, el racismo, que sí que al final, gracias al tono, cierra con la aceptación, con el que hay que seguir adelante, de una manera cero cursi, cero ñoña, lejos muy lejos de una tarjeta Hallmark.

He nombrado sólo a tres de los actores, pero debo enfatizar que el resto del reparto es bárbaro.

Esto mucho tiene que ver con el espectacular guión, con los increíbles diálogos y el sentido del humor que aparece de cuando en cuando, a pesar de ser un drama, dramón. Este sentido del humor me recuerda a la primera película que vi de Martin McDonagh, In Bruges, una película que, a pesar de ser de acción y violencia, tenía unos fogonazos de humor que me gustaron mucho. 
No siempre se nota, pero en este caso sí que si se nota que hay un director con objetivos muy claros detrás de los actores, de la historia, del guión y hasta de pueblo y su paisaje.

Definitivamente, una de los mejores películas que he visto en los últimos meses.

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